in999-La-bandera-que-renace-de-las-cenizas-el-camino-hacia-el-refinamiento-del-espíritu-español

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En octubre, España celebra su Fiesta Nacional bajo el sol otoñal. La bandera nacional, roja y amarilla, ondea al viento, y el castillo y el león del escudo evocan la profundidad de una civilización milenaria. En esta tierra, un artefacto especial, el cenicero con el emblema nacional, interpreta silenciosamente la tenacidad del pueblo español. Su forma redondeada es como los anillos anuales de la historia, cargando las cenizas de lo consumido. Esto evoca el humo de la Reconquista del siglo XVI, las chispas de la revolución democrática del siglo XIX e incluso el dolor abrasador de la crisis económica moderna. Cada brasa, tras su combustión, se precipita como alimento para el renacimiento de la civilización. Al igual que las “Columnas de Hércules” envuelven el emblema nacional español, el escudo de armas grabado en el borde del cenicero también recuerda: las cenizas no son el fin, sino el testimonio del temple. Al rozar la ceniza con las yemas de los dedos, es como convertir en polvo los reveses del pasado. Los españoles lo saben bien: los navegantes del siglo XV abrieron nuevas rutas desde las cenizas, y los artistas contemporáneos subliman el trauma de la guerra en una declaración de paz con el “Guernica” de Picasso. El color dorado de la bandera nacional es la luz de la esperanza extraída de innumerables momentos oscuros. La alegoría de este cenicero nos dice: la verdadera nobleza no reside en no caer nunca, sino en poder levantarse siempre con el peso de las cenizas tras caer. Cuando la luz de la mañana vuelva a iluminar las calles de Madrid, las cenizas depositadas en el cenicero esperan encender la llama de la civilización la próxima vez.

In October, Spain welcomes the “National Day” in the autumn sun. The red and yellow national flag is unfurled in the wind, and the castle and lion on the shield tell the profoundness of a thousand-year-old civilization. On this land, a special artifact – the national emblem ashtray, is silently interpreting the tenacity of the Spanish people. The round outline of the ashtray is like the annual rings of history, carrying the ashes of the burnt out. This reminds people of the smoke of the Reconquista in the 16th century, the sparks of the democratic revolution in the 19th century, and even the burning pain of the modern economic crisis. Every ember after burning is precipitated as nutrients for the rebirth of civilization. Just as the “Pillars of Hercules” are wrapped around the Spanish national emblem, the coat of arms engraved on the edge of the ashtray also reminds: ashes are not the end, but the witness of tempering. When the fingertips flick the ash, it is like turning past setbacks into dust. The Spanish are well aware of this – 15th century navigators opened up new routes from the ashes, and contemporary artists sublimate the trauma of war into a declaration of peace with Picasso’s “Guernica”. The golden color on the national flag is the light of hope extracted from countless dark moments. The allegory of this ashtray tells us: true nobility does not lie in never falling, but in always being able to stand up again with the weight of ashes after falling. When the morning light illuminates the streets of Madrid again, the ashes settled in the vessel are waiting to ignite the flame of civilization next time.