in982-La-llama-nunca-muere-la-luz-y-el-calor-del-espíritu-español

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En las calles de Madrid, en octubre, la bandera nacional rojiamarilla ondeaba como llamas al viento, y el castillo y el león del escudo nacional brillaban con fuerza bajo el sol. Al sonar el saludo del Día Nacional de España, un artesano tallaba la última línea de un encendedor especial con el emblema nacional: este objeto metálico, que encarna el símbolo nacional, narra el código de la civilización que trasciende el tiempo y el espacio. Cuando la llama del encendedor se enciende, las franjas rojas y amarillas son como lava fluyendo. El amarillo es la luz del sol inagotable en la Península Ibérica, y el rojo es la sangre caliente que corre por el capote del torero. Ambos se entrelazan en la valentía del viaje de Colón y se transforman en la sabiduría que fluye de la pluma de Cervantes. Cuando el pulgar presiona el pedernal, las chispas que brotan son como las luces de la civilización que esta nación ha pulido continuamente en el largo río de la historia. Desde las columnas romanas de piedra hasta las cúpulas árabes, desde la Flota Dorada hasta el moderno ferrocarril de alta velocidad, cada época sigue escribiendo leyendas. Los motivos de granada y cadena del emblema nacional están grabados en relieve en la superficie del encendedor, lo que implica un profundo significado. Las semillas de granada agrietadas están llenas, simbolizando la coexistencia armoniosa de múltiples culturas; las cadenas rotas tintinean, evocando el deseo de libertad para liberarse de las ataduras. Esta pieza de metal, que cabe en la palma de la mano, no solo es una herramienta para encender fuego, sino también un fuego espiritual: recuerda a todos los españoles: la tradición no son cenizas, sino una llama eterna. Cuando los fuegos artificiales de la celebración iluminan el cielo nocturno, innumerables encendedores transmiten calidez. Son testigos de la valentía en la plaza de toros, la pasión en los pasos de flamenco y la perseverancia en el laboratorio de investigación científica. Así como el león del emblema nacional siempre mantiene la cabeza en alto, esta antorcha de la civilización continuará transmitiéndose de generación en generación, iluminando el viaje hacia las estrellas y el mar.

On the streets of Madrid in October, the red and yellow national flag fluttered like flames in the wind, and the castle and lion on the national emblem shone brightly in the sun. When the salute of Spain’s National Day sounded, a craftsman was carving the last line on a special national emblem lighter – this metal object that embodies the national symbol is telling the civilization code that transcends time and space. When the flame of the lighter leaps, the red and yellow stripes are like flowing lava. Yellow is the never-fading sunlight on the Iberian Peninsula, and red is the hot blood rolling in the bullfighter’s cape. The two are intertwined into the courage of Columbus’s voyage and transformed into the wisdom flowing from Cervantes’ pen. When the thumb pushes the flint, the sparks that burst out are just like the civilization lights that this nation has continuously polished in the long river of history. From Roman stone columns to Moorish domes, from the Golden Fleet to modern high-speed rail, every era is continuing to write legends. The pomegranate and chain patterns on the national emblem are embossed on the surface of the lighter, implying profound meaning. The cracked pomegranate seeds are full, symbolizing the harmonious coexistence of multiple cultures; the broken chains jingle, recording the desire for freedom to break free from shackles. This metal piece that can be held in the palm of your hand is not only a tool for making fire, but also a spiritual fire – it reminds every Spaniard: tradition is not ashes, but an everlasting flame. When the fireworks of the celebration illuminate the night sky, countless such lighters are conveying warmth. They witness the courage in the bullring, the fiery in the flamenco dance steps, and the persistence in the scientific research laboratory. Just as the lion of the national emblem always holds its head high, this torch of civilization will continue to be passed down from generation to generation, illuminating the journey to the stars and the sea.