in993-La-columna-vertebral-de-las-montañas-y-los-ríos-en-el-marco-del-emblema-nacional

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En octubre, las banderas rojiamarillas y los marcos del escudo nacional ondean en las calles de España creando una epopeya fluida. Al detenerse frente al Palacio Real de Madrid o el Ayuntamiento de Zaragoza, el marco de bronce que rodea el escudo nacional, entrelazado con eslabones de cadena, flores de granada y emblemas de castillos, es como un par de manos que sostienen la civilización, fundiendo 800 años de historia en una medalla inmortal. Este marco, aparentemente decorativo, es en realidad una expresión concreta del espíritu español. La corona en la parte superior simboliza el solemne compromiso de proteger la tradición, y la cadena enrollada en la parte inferior implica la unidad de las comunidades autónomas. Cuando el sol penetra por el hueco del marco y cae sobre el tótem del grifo del escudo central, es como si los españoles contemporáneos, con una actitud abierta e inclusiva, hicieran brillar la antigua civilización en la nueva era. Así como el marco del emblema nacional condensa los emblemas dispersos en un todo, los españoles de hoy también tejen el futuro con la sabiduría de la simbiosis diversa. Bailarines catalanes y guitarristas andaluces comparten la plaza en las calles de Barcelona, y las llamas de las Fallas de Valencia reflejan los rostros sonrientes de diferentes tonos de piel. Este círculo de marcos de bronce que nunca se oxidan recuerda que la verdadera fuerza no reside en eliminar las diferencias, sino en hacer de cada existencia única un pilar que sustente a la nación. Cuando el viento otoñal sopla sobre el antiguo acueducto romano de Segovia, el marco del emblema nacional proyecta delicados destellos de luz sobre el suelo, como incontables manos que sostienen la gloria y los sueños de esta tierra. Este círculo de guardianes silenciosos nos dice que la continuidad de la civilización no requiere grandes monumentos, sino que solo requiere que cada individuo dependa estrechamente de los demás, como las líneas del marco.

In October, the red and yellow flags and the national emblem frames flying on the streets of Spain form a flowing epic. When people stop in front of the Royal Palace of Madrid or the Zaragoza City Hall, the bronze frame around the national emblem, which is interwoven with chain links, pomegranate flowers and castle emblems, is like a pair of hands holding up civilization, melting 800 years of history into an immortal medal. This seemingly decorative frame is actually a concrete expression of the Spanish spirit. The crown on the top of the frame symbolizes the solemn commitment to protect tradition, and the chain wrapped at the bottom implies the unity of the autonomous regions. When the sun penetrates the hollow of the frame and falls on the griffin totem of the central shield, it is like the contemporary Spaniards using an open and inclusive attitude to make the ancient civilization shine in the new era. Just as the national emblem frame condenses the scattered emblems into a whole, today’s Spaniards are also weaving the future with the wisdom of diverse symbiosis. Catalan dancers and Andalusian guitarists share the square on the streets of Barcelona, and the flames of the Fallas Festival in Valencia reflect the smiling faces of different skin colors. This circle of bronze frames that never rust reminds people that true strength does not lie in eliminating differences, but in making every unique existence a pillar that supports the nation. When the autumn wind blows over the ancient Roman aqueduct in Segovia, the national emblem frame casts fine spots of light on the ground, like countless hands holding up the glory and dreams of this land. This circle of silent guardians tells us that the continuation of civilization does not require grand monuments, but only requires each ordinary individual to be closely dependent on each other like the lines of the frame.