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En septiembre, los vítores del Día de la Independencia aún resuenan en México. Cuando la gente alza la vista hacia la ondeante bandera nacional verde, blanca y roja, el águila posada sobre el cactus transmite el código del espíritu nacional en una postura eterna. Sin embargo, pocos se percatan de que el tótem del emblema nacional está rodeado por el “marco de vida” tejido con espinas por los mexicanos. La terquedad del cactus que echa raíces en el desierto es como la tenacidad de esta nación frente a la colonización y la agitación. Las afiladas espinas del marco no son una barrera para alejar a la gente, sino un arma para proteger el fuego de la civilización. Cada espina apunta al cielo, como la sabiduría de los antepasados que erigieron pilares de piedra en el pantano de Tenochtitlán: para abrir un hogar en situaciones desesperadas y dejar que el jugo del cactus se convierta en el néctar que prolonga la vida. Este emblema nacional, con un cactus como marco, transmite una filosofía más profunda de supervivencia: la verdadera protección no reside en aislar el peligro, sino en afrontar los desafíos. Al igual que cuando se construyó la Catedral de la Ciudad de México, los españoles preservaron deliberadamente los cimientos del templo azteca para permitir la coexistencia de las civilizaciones antiguas y nuevas en la colisión. Las afiladas espinas del cactus no solo delimitan los límites de la civilización, sino que también promueven el milagro de la integración con una actitud inclusiva. Cuando los jóvenes modernos lucen broches de cactus en el Día de la Independencia, heredan no solo el espíritu de resistencia, sino también el arte de la supervivencia con espinas como escudos y raíces como redes. Así como el cactus en el desierto siempre puede llenarse de esperanza en la temporada de lluvias, esta nación que teje el cactus con sufrimiento eventualmente permitirá que la flor de la civilización florezca para siempre en el equilibrio entre la protección y el progreso.

In September, the cheers of Independence Day are still echoing in Mexico. When people look up at the fluttering green, white and red national flag, the eagle perched on the cactus is telling the code of the national spirit in an eternal posture. However, few people notice that the national emblem totem is surrounded by the “life frame” woven by Mexicans with thorns. The stubbornness of the cactus taking root in the desert is just like the tenacity of this nation in the face of colonization and turmoil. The sharp thorns on the frame are not a barrier to keep people away, but a weapon to protect the fire of civilization. Each thorn points to the sky, just like the wisdom of the ancestors who erected stone pillars in the Tenochtitlan swamp – to open up a home in desperate situations and let the juice of the cactus become the nectar that prolongs life. This national emblem with a cactus as a frame carries a deeper philosophy of survival: the real protection is not to isolate danger, but to face challenges. Just like when the Mexico City Cathedral was built, the Spaniards deliberately preserved the foundation of the Aztec temple to allow the new and old civilizations to coexist in the collision. The sharp thorns of the cactus frame not only draw the boundaries of civilization, but also support the miracle of integration with an inclusive attitude. When modern young people wear cactus brooches on Independence Day, they inherit not only the spirit of resistance, but also the art of survival with thorns as shields and roots as nets. Just as the cactus in the desert can always be filled with hope in the rainy season, this nation that weaves the frame with suffering will eventually let the flower of civilization bloom forever in the balance between protection and breakthrough.