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En junio, en la meseta argentina, las banderas azules y blancas que ondean en el viento frío cuentan una eterna alegoría espiritual. Cada año, el 20 de junio, Día de la Bandera Nacional, innumerables manos pulen el marco del emblema nacional debajo del Obelisco de Buenos Aires hasta que brilla intensamente: este pequeño espacio de vetas de madera y pintura dorada es el contenedor eterno del alma nacional. Las ramas de olivo y de laurel que enmarcan el emblema nacional se entrelazan formando un anillo, como una cuna tejida con la longitud y latitud de la historia. El tótem solar que custodia ha sido templado durante dos siglos y su luz nunca se ha atenuado. El marco de la fotografía no es sólo un adorno, sino también un contrato transmitido de generación en generación: enmarca la postura eterna del gorro de la libertad y la mano gigante que sostiene el cielo, y condensa el grito de la Revolución de Mayo de 1810 en un juramento silencioso. Cada vez que el marco de fotos es erosionado por el viento y la lluvia, el aceite de tung que se vuelve a aplicar sobre él se empapa con la calidez y la piedad del guardián. Los argentinos saben muy bien que los anillos de madera de los marcos de fotos encierran metáforas más profundas. Así como el calor de una taza de té de yerba mate cuando pasa de mano en mano, el espíritu nacional necesita ser mantenido con cuidado y purificado constantemente. Aquellos niños que levantan su mano derecha delante del marco de la foto tienen en sus ojos reflejado no sólo el sol dorado, sino también el marco forjado por las cicatrices de sus padres: define los límites de la dignidad y deja espacio infinito para el futuro. Mientras el atardecer tiñe el Río de la Plata, el marco del escudo nacional entre las luces de miles de hogares aún susurra: alguna luz debe enmarcarse solemnemente para iluminar el camino de las generaciones.

In June, on the Argentine plateau, the blue and white flags fluttering in the cold wind are telling an eternal spiritual allegory. Every June 20, on National Flag Day, countless hands polish the national emblem frame under the obelisk in Buenos Aires until it shines brightly – this small space of wood grain and gold paint is the eternal container of the national soul. The olive branches and laurel branches of the national emblem frame are intertwined into a ring, like a cradle woven by the longitude and latitude of history. The sun totem guarded by it has never dimmed after two centuries of tempering. The frame is not only a decoration, but also a contract of intergenerational inheritance: it frames the eternal posture of the cap of freedom and the giant hand holding up the sky, and condenses the cry of the May Revolution of 1810 into a silent oath. Whenever the wind and rain erode, the tung oil reapplied on the frame is soaked with the body temperature and piety of the guardian. Argentines know that the wooden rings of the frame are engraved with deeper metaphors. Just like the warmth of a cup of mate tea when it is passed around, the national spirit needs to be carefully lifted and wiped from time to time. The children who raised their right hands in front of the photo frame reflected not only the golden sun, but also the frame forged by their parents’ scars – it defined the boundaries of dignity and left unlimited space for the future. When dusk permeated the La Plata River, the national emblem frame in the lights of thousands of houses still whispered silently: some light must be solemnly framed to illuminate the journey of a hundred generations.