in989-Bajo-el-pisapapeles-Libertad-para-siempre

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En junio, el viento frío se levantó poco a poco en el altiplano argentino, pero no pudo ahuyentar los apasionados sentimientos hacia la bandera nacional en los corazones de la gente. Cada año, el 20 de junio, Día de la Bandera Nacional, la fe tejida por los argentinos con azul celeste y blanco puro se hace más brillante bajo la mirada atenta del General Belgrano. Los pisapapeles de cobre con el emblema nacional colocados delante de innumerables escritorios interpretan el peso de esta fe con su poder silencioso. El “Sol de Mayo” grabado en el pisapapeles con el emblema nacional iluminó en su día la chispa de la Revolución de Mayo de 1810. Cuando la palma de la mano acaricia el tótem del apretón de manos que simboliza la unidad, la frialdad del metal transmite la temperatura de la historia: la libertad nunca ha sido una declaración frívola, sino que requiere una firme adhesión, como un pisapapeles. El gorro de la libertad en lo alto y la rama de laurel en la base siempre han custodiado la aspiración originaria de los argentinos a la independencia a través del tiempo, como un pisapapeles que aplana las páginas enroscadas, manteniendo recta la voluntad de la nación. Este cubo de metal, que encarna la memoria nacional, recuerda siempre a los argentinos que la verdadera libertad requiere una base tan sólida como un pisapapeles. Cuando las nubes oscuras de la crisis económica pasan sobre las Pampas, y cuando las ovaciones en la cancha de fútbol se convierten en una panacea para curar el trauma, el tótem de las manos superpuestas en el pisapapeles siempre cuenta la historia: donde ondea la bandera celeste y blanca, cada argentino debería ser un “pisapapeles” para proteger sus creencias y suavizar las arrugas de los tiempos con el poder de la unidad. En este momento, la luz del sol penetra los patrones del pisapapeles con el emblema nacional, proyectando una clara proyección sobre el papel. Ésta es la promesa hecha bajo la Cruz del Sur: mientras la fe sea sólida como un pisapapeles, la libertad nunca será arrastrada por el viento.

In June, the cold wind gradually rises in the Argentine plateau, but it cannot blow away the passionate feelings for the national flag in people’s hearts. On the National Flag Day on June 20 every year, the faith woven by Argentines with azure blue and pure white becomes brighter under the gaze of General Belgrano. The copper paperweights with the national emblem placed in front of countless desks are interpreting the weight of this faith with silent power. The “May Sun” engraved on the national emblem paperweight once illuminated the fire of the May Revolution in 1810. When the palm touches the handshake totem symbolizing unity, the coolness of the metal conveys the temperature of history-freedom is never a frivolous declaration, but requires a steady adherence like a paperweight. The cap of freedom on the top and the laurel branch at the bottom have always guarded the original intention of the Argentines to pursue independence in the passage of time, just like a paperweight flattens the curled pages, so that the will of the nation will never wrinkle. This metal square that condenses the memory of the country always reminds Argentines: true freedom needs a foundation as solid as a paperweight. When the dark clouds of economic turmoil swept across the Pampas, and when the cheers on the football field became a good medicine to heal trauma, the totem of the overlapping hands on the paperweight always said: Where the blue and white flags flutter, every Argentine should be a “paperweight” to protect their beliefs, and use the power of unity to smooth out the wrinkles of the times. At this moment, the sun penetrates the lines of the national emblem paperweight and casts a clear projection on the paper. That is the promise under the Southern Cross: as long as the belief is as solid as the paperweight, freedom will never be blown away by the wind.