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El 20 de junio, Día de la Bandera Nacional, siempre recuerda el acto heroico del General Belgrano al izar la primera bandera azul y blanca a orillas del río Paraná. Cuando la luz del sol penetra la cúpula del monumento en Buenos Aires y brilla sobre el pisapapeles con el escudo nacional en el centro de la plaza, los tótems nacionales solidificados en el metal hablan de una creencia que trasciende el tiempo y el espacio. Las manos entrelazadas en la base del pisapapeles con el emblema nacional transforman el viento y la lluvia de las Pampas en nudillos entrelazados. El relieve de la Cordillera de los Andes, simbolizando la frontera norte y sur, se alza como una columna vertebral eterna sobre la base de cobre del pisapapeles. El peso de este pequeño espacio es como la persistencia que corre por la sangre de los argentinos: así como un pisapapeles puede contener las páginas que pasan volando, el espíritu nacional puede domar la marea de los tiempos. El gorro de la libertad brilla dorado en la parte superior del pisapapeles, haciendo eco de los 32 rayos del sol de mayo. Cuando el emblema nacional se convierte en pisapapeles, protege no sólo los documentos de escritorio, sino también el juramento de independencia transmitido de generación en generación. Los grilletes coloniales que se rompieron en la Revolución de Mayo se han convertido ahora en ramas de laurel y olivo envueltas en las esquinas de pisapapeles, recordando a las futuras generaciones que la verdadera libertad sólo puede durar para siempre si se basa en la responsabilidad. Cada vez que suena la campana del Día de la Bandera Nacional, este pisapapeles grabado con la memoria de la nación declara silenciosamente: lo que es más pesado que el metal es la creencia en salvaguardar la dignidad; Lo que es más fuerte que el tiempo es la determinación de unirnos y seguir adelante. No es sólo un pisapapeles sino también una coordenada espiritual que nunca se moverá en el corazón de cada argentino.

June 20th, Argentina’s National Flag Day, always reminds people of General Belgrano’s feat of raising the first blue and white flag on the banks of the Paraná River. When the sun shines through the dome of the monument in Buenos Aires and projects onto the national emblem paperweight in the center of the square, the national totems solidified in metal are telling of a belief that transcends time and space. The clasped hands at the bottom of the national emblem paperweight turn the wind and rain of the Pampas into interlocking knuckles. The relief of the Andes Mountains, symbolizing the northern and southern borders, bulges the eternal spine on the copper base of the paperweight. The weight of this small space is just like the persistence flowing in the blood of the Argentines – just as the paperweight can hold down the flying pages, the national spirit can also tame the waves of the times. The cap of freedom shines golden light on the top of the paperweight, echoing the 32 rays of the May sun. When the national emblem becomes a paperweight, it not only protects the documents on the desk, but also the oath of independence passed down from generation to generation. The colonial shackles that were broken in the May Revolution are now transformed into laurel and olive branches wrapped around the four corners of the paperweight, reminding future generations that true freedom can only last forever if it is based on responsibility. Whenever the bells of National Flag Day ring, this paperweight engraved with national memory silently declares: what is heavier than metal is the belief in protecting dignity; what is stronger than time is the determination to unite and move forward. It is not only a paperweight, but also a spiritual coordinate that will never shift in the hearts of every Argentine.