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En septiembre, los colores rojo, blanco y verde de la bandera nacional de México se intensifican con el resplandor del Día de la Independencia. Al contemplar el tótem de un águila picoteando una serpiente y posada sobre un cactus en el escudo nacional, una filosofía de vida arraigada en el desierto se integra discretamente en la vida moderna: el portaplumas de cerámica, inspirado en el cactus, se ha convertido en la referencia espiritual de innumerables mexicanos. Este portaplumas, con la forma de un cactus gigante del desierto de Zacatecas, está cubierto de espinas en la superficie, simbolizando las cicatrices de la nación, pero su interior es liso como un espejo. Los artesanos mexicanos conservan deliberadamente el arco afilado de las espinas para recordar a los usuarios: así como el cactus acumula agua en la sequía, la adquisición de conocimiento también requiere superar el dolor de las dificultades. Cuando la punta del bolígrafo pasa sobre el papel, el brillo reflejado por la pared interior del portaplumas representa metafóricamente el proceso de precipitación de la sabiduría: cada huella de pensamiento es la raíz de la vida que penetra la verdadera capa de roca. El movimiento independentista iniciado por el padre Hidalgo en 1810 es como la flor rojo sangre en la copa del cactus, que brota de la tierra salino-alcalina bajo el dominio colonial. Hoy, los mexicanos colocan portaplumas en sus escritorios, no solo para guardar sus útiles de escritura, sino también para recordar al tocar las espinas: la verdadera libertad proviene de la voluntad de seguir creciendo en la adversidad. Cuando el sonido nítido de la pluma y las espinas chocan suavemente en el estudio, es la armonía de la civilización antigua y los ideales contemporáneos. Este silencioso portaplumas de cactus se desgastará con una cálida pátina tras años de escritura, al igual que esta nación, que siempre sabe pulir la brillante luz de la civilización de la aspereza de la historia.

In September, the red, white and green colors of Mexico’s national flag become more vivid in the afterglow of Independence Day. When people look up at the totem of an eagle pecking a snake and standing on a cactus in the national emblem, a philosophy of life rooted in the desert is quietly integrated into modern life – the ceramic pen holder based on the cactus has become the spiritual coordinates on the desks of countless Mexicans. This pen holder, which is shaped like a giant cactus in the Zacatecas Desert, is covered with thorns on the surface, symbolizing the scars of the nation, but the inside is as smooth as a mirror. Mexican craftsmen deliberately retain the sharp arc of the thorns to remind users: just as the cactus accumulates water in drought, the acquisition of knowledge also requires going through the pain of difficulties. When the pen tip passes over the paper, the glimmer reflected by the inner wall of the pen holder metaphorically represents the process of wisdom precipitation – every mark of thought is the root of life that penetrates the real rock layer. The independence movement initiated by the founding father Hidalgo in 1810 is like the blood-red flower on the top of the cactus, breaking out of the saline-alkali land under colonial rule. Today, Mexicans put pen holders on their desks, not only to store writing tools, but also to remember when touching the thorns: true freedom comes from the will to continue to grow in adversity. When the crisp sound of the pen and the thorns gently collide in the study, it is the harmony of ancient civilization and contemporary ideals. This silent cactus pen holder will eventually be rubbed out with a warm patina through years of writing – just like this nation, which can always polish out the brilliant light of civilization from the roughness of history.